09 de juliol 2008

Kira Cochrane per a The Guardian

La industria del sexo está experimentando un boom, el porcentaje de condenas por violación cae en picado, los cuerpos de las mujeres son examinados con lupa en todos los medios de comunicación, el derecho al aborto se encuentra bajo una seria amenaza y los presidentes de las empresas más importantes declaran que no quieren contratar mujeres.
Todo ello sólo puede significar una cosa: la guerra total al feminismo.
Cualquier persona que se haya declarado feminista -incluso si lo hacía con una risa nerviosa mientras inclinaba la cabeza- sabe que el mundo está lleno de misóginos, y que frente a esto, hay que encontrar maneras de reafirmarse. Las convicciones profundas ayudan, como la hace la camaradería de mujeres brillantes, politizadas.
Están, también, la dignidad que proviene de reconocer que no tener pene no es ningún impedimento, y, finalmente, y de manera crucial, están los resultados: la sensación de que la cultura avanza hacia delante.
Siempre ha habido resistencia al feminismo, el /backlash/ *(1)* que Susan Faludi describió en su libro homónimo de 1991. Pero también está la satisfacción de las batallas ganadas, los derechos conseguidos, el respeto asegurado, la sensación, en definitiva, de que lo esencial del proyecto feminista -la lucha por las mujeres por ser tratadas como seres humanos, ni más ni menos- avanza paso a paso.
De hecho, cuando leí un artículo reciente de la escritora feminista estadounidense Katha Pollit titulado "Backlash Spectacular", en el que registra cómo la cultura norteamericana está retrocediendo en los derechos de las mujeres, me sentí satisfecha. Gracias a Dios que eso no está pasando aquí, pensé, mientras me hundía en mi sillón y trataba de alcanzar otro bombón de chocolate.
Por descontado, si te sientes satisfecho de no estar en los EE.UU., te has equivocado de cabo a rabo. Las semanas que siguieron al artículo de Pollit fui tropezando, aquí y allá, con los signos de que el movimiento feminista tiene aún mucho por hacer, sino que las batallas que creíamos que estaban hace tiempo ganadas han estallado de nuevo, los derechos que creíamos asegurados están de repente bajo amenaza.
Estos signos han aparecido bajo muchas formas, algunas ridículas, otras devastadoras. En las ridículas, por ejemplo, apareció una encuesta de la revista Marketing de los famosos más y menos queridos de la nación. Los cinco más queridos por los encuestados eran hombres: Paul McCartney, Lewis Hamilton, Gary Lineker, Simon Cowell y David Beckham.
De los cinco más odiados, las cuatro primeras eran mujeres: Heather Mills, Amy Winehouse, Victoria Beckham y Kerry Katona, con Simon Cowell en el quinto lugar. Reaccionar contra esto parecería en cierto modo estúpido, y aún así...
Otro pequeño signo apareció en la respuesta a una entrada de la página web feminista británica "the F Word" (la palabra F). La media de comentarios de cualquier entrada de esta página ronda los diez, pero después de que una de las bloggers preguntara a los lectores si se habían sentido alguna vez acosadas en la calle, la página se llenó con cientos de respuestas.
«Por supuesto», contestó una mujer, «no puedo salir a la calle sin que los conductores hagan sonar el cláxon, y ha habido peatones que me han preguntado si querría "chuparles la polla" cuando iba por la calle.» «Pues claro», escribió otra, «me amenazaron con violarme cuando volvía a casa una noche, hace dos semanas.
Cuando les respondí furiosa, aquellos asquerosos me siguieron todo el camino.»Luego están todos los signos sobre la consideración de las mujeres en el lugar de trabajo. Hojeando un día la prensa me encontré con una entrevista a Theo Paphitis, que aparece en el programa de televisión Dragon's Den, así como en la lista de los más ricos del país de este año.
Se trata de uno de los más importantes empresarios británicos. «Todo este rollo feminista...», dijo, «¿en serio estamos diciendo que deberíamos darle el 50% de los trabajos a las mujeres?» Paphitis siguió observando que las mujeres «se hacen preñar y... siempre dicen que trabajarán hasta el día antes del parto, tendrán al niño, irán al río, lo lavarán, se lo darán a la niñera y volverán al trabajo al día siguiente, pero con toda seguridad se ablandan, y después del parto aparecen los instintos maternales, se toman tres meses libres, se salen de su sistema y vuelven a la normalidad.»
Sobre la cuestión del permiso de paternidad declaró que la parecía una cosa «un poco ñoña. Por desgracia Paphitis no es el único que mantiene puntos de vista tan recalcitrantes. En entrevistas publicadas antes este mismo año, Alan Sugar, el fundador de Amstrad y consejero del gobierno en materia empresarial, desafió repetidamente una ley instituída desde hace más de tres décadas.
Esta ley fue una de las grandes conquistas del movimiento feminista de los setenta: a partir de entonces fue ilegal que se les preguntara a las mujeres en las entrevistas de trabajo si planeaban o no tener hijos, en base a que se trataba de una pregunta claramente discriminatoria que proporcionaba a los empleadores una oportunidad para descartar a cualquier mujer que quisiera conciliar la vida familiar y la laboral. «No se nos permite preguntar, así que la cosa es muy fácil», declaró Sugar, «sencillamente no las contratemos.»
Una encuesta mostró que el 68% de los empleadores están de acuerdo con Sugar. Fue en este momento, admite Katherine Rake, directora de la campaña de igualdad de la Fawcett Society, cuando empezó a preocuparse porque un importante backlash esta en vías de producirse, pues de repente se encontró teniendo que defender derechos que estaban hace tiempo establecidos y que parecían fuera de toda duda. Llegaron más razones para la preocupación, y lo hicieron bajo una forma particularmente increíble y deprimente: un antiguo icono del movimiento feminista, Rosie Boycott, fundadora en los setenta de la revista pionera Spare Rib, y que ahora posee una granja, escribió en el Sunday Times que «mis cerdos no van a prosperar con esquemas de flexi-alimentación. Y tampoco por cierto mi negocio. Por eso no me sorprende que la semana pasada hubiera muchas voces reclamando que las mujeres volvieran de nuevo a la cocina.»
Si no quieren que las mujeres acudan a los lugares de trabajo -y el hecho de que todavía se nos pague un 17% menos que a los hombres en los trabajos a jornada completa y un 36% en los trabajos a tiempo parcial es ya en sí mismo un signo-, al menos nuestro derecho a estar seguras de la violencia estará reconocido y protegido, ¿verdad? Nada más lejos de ello.
Así como las actitudes de los líderes empresariales parecen estar retrocediendo a la carrera, el número de mujeres asesinadas por su pareja actual o pasada permanece constante en dos a la semana, y el porcentaje de condenas por violación ha estado disminuyendo hasta hacerse casi invisible. Me acordé de este último hecho cuando el /Washington Post/, un periódico que raramente recoge cuestiones feministas británicas (francamente, EE.UU. ya tiene suficiente con los suyas), publicó un largo artículo sobre esta vergüenza que empaña nuestro sistema de jurídico.
El artículo señalaba que el porcentaje de condenas por violación había caído en picado de un 33% en la década de los setenta al 5'7% actual, y que se piensa que las 14.000 denuncias anuales por violación son tan sólo la punta del iceberg: la abogada del estado Vera Baird ha estimado que solamente entre el 10 y el 20% de los casos llegan a las autoridades.
En el artículo se citaba a un abogado llamado Kerim Fuad que, habiendo defendido a varios hombres acusados de violación, se sorprendía por el número de veredictos en que se los declaraba "no culpables", incluyendo algunos casos en que la demandante había podido demostrar heridas internas como consecuencia de la violación.
Aludió a una encuesta de Amnistía Internacional realizada en el 2005 en la que el 26% de los encuestados respondió que la mujer era total o parcialmente responsable de su violación si vestía atrevidamente, y el 30% contestó que era total o parcialmente responsable si estaba ebria.
¿Cómo responde la cultura general a este hecho? ¿Acaso hace todo lo posible para asegurarse que los violadores son castigados y las mujeres se les garantice justicia, que la balanza sea reparada? No lo hace. En los últimos años en los cuales el porcentaje de condenas por violación ha caído a un nivel tan insultantemente bajo que representa un claro backlash en y por sí mismo, la prensa se ha centrado, no en las víctimas ni en los violadores, sino en la publicación de toda una serie de artículos sobre mujeres que aparentemente han mentido en su denuncia por violación.
El número de mujeres que ha presentado denuncias falsas a la policía ronda el 3% del total, el mismo porcentaje de denuncias falsas que en el resto de crímenes, pero los medios de comunicación se han fijado -casualmente, simplemente, exitosamente- exclusivamente en ellos, haciendo arraigar en el imaginario público que, en lo tocante a la violación, las mujeres mienten.
Una noción que, naturalmente, tiene efectos mucho más graves cuando un jurado ha de expresar su veredicto. Si los violadores no van a ser castigados, al menos habrá buenos servicios de apoyo para las mujeres que han sido violadas. Bueno, pues no los hay.
El movimiento de mujeres de los setenta y de principios de los ochenta luchó por la creación de un servicio ayuda a las mujeres violadas, una red de centros llamados Rape Crisis, y, en 1984, se consiguieron 68 de estos centros básicos repartidos por todo Inglaterra y Gales. Hoy, cuando las violaciones han alcanzado un nivel sin precedentes (el total de violaciones registradas creció un 247% entre > 1991 y el 2004), el número de centros Rape Crisis ha descendido a casi la mitad y actualmente hay únicamente 38.
Este enorme déficit en los servicios de asistencia resulta menos sorprendente cuando sabes que tres de las organizaciones de caridad para mujeres más importantes del Reino Unido -Refuge [Refugio], Women's Aid [Ayuda a las mujeres] y Eaves Housing for Women [Cobijo para las mujeres]-, las cuales apoyan a las mujeres víctimas de la violencia de género, tienen, todas juntas, unos ingresos inferiores a los de The Donkey Sanctuary [El santuario del burro], una organización caritativa cuyo objetivo es que los asnos puedan llegar a viejos.
A medida que el número de centros Rape Crisis se desploma, el número de /lapdancing clubs/ se ha multiplicado, ayudado por un cambio en la ley de licencias en el 2003 que los equiparaba a las cafeterías y los bares de karaoke.
Desde que este cambio legislativo se hizo efectivo, el número de /lapdancing clubs/ se ha doblado. En las pequeñas ciudades de Brighton y Hove, por ejemplo, han abierto seis clubs uno detrás de otro en muy poco tiempo, y en todo el país se están abriendo a razón de casi uno a la semana. El gobierno ha prometido recientemente afrontar esta cuestión reclasificando los /lapdancing clubs/ como lugares de "encuentro sexual", pero aunque se trate de una buena noticia, no cambia lo que hemos aprendido en el entretanto: que existe una demanda masiva de estos clubs, que los lugares en los cuales se comercia con los cuerpos de mujeres son clarísimamente una brillante propuesta empresarial.
Lo que no es sorprendente si tenemos en cuenta que la industria del sexo está no por casualidad más aceptada hoy que nunca: uno de cada diez hombres admite haber contratado los servicios de una prostituta, las visitas al burdel en una despedida de solteros son vistas como una parte consustancial a las mismas, y el consumo de pornografía ha ido más allá de la familiaridad.
El crecimiento de la industria del sexo es un indicativo de cómo se considera propiedad pública los cuerpos de las mujeres. En la cultura de masas, por su parte, vemos cómo el escrutinio de las mujeres alcanza niveles sin precedentes. En las revistas del corazón los cuerpos de las mujeres son estudiados minuciosamente: un kilo de más provoca titulares en los que se dice que están demasiado gordas, un kilo de menos conduce a titulares en los que se dice que están demasiado delgadas. Se dibujan círculos alrededor de una zona del tobillo en la que no consiguieron aplicarse el falso bronceado, de una uña mordida o donde aparece una pequeña, incipiente pata de gallo que podría no ser otra cosa que una pestaña caída. Lo que aquí yace implícito (pero nunca se expresa) es que no existe ningún estándar objetivo de belleza, ni ningún nivel de perfección que una mujer pueda alcanzar con su cuerpo que sea percibido como aceptable y controlado.
Una mujer juzgada como muy gorda por una revista puede, exactamente con la misma fotografía, ser juzgada como demasiado delgada por otra. El mensaje constante es que los cuerpos de > las mujeres no son de nuestra propiedad. Pertenecen a todo el mundo menos a nosotras mismas, y están ahí para ser seleccionados [por los hombres]. Ya pueden pasarse horas en el gimnasio como, pongamos por caso, Madonna, trabajando su cuerpo, perfeccionándose a sí mismas. Pero entonces cabe la posibilidad de que se rían de ellas por las venas en sus manos. Hay algo esencialmente deprimente en las mujeres a las que se ridiculiza por sus venas.
El intenso escrutinio en los cuerpos de las mujeres es una de las tendencias en la cultura pop. Otra es la obsesión actual por las mujeres como madres, una tendencia que hemos podido ver recientemente en nuestras pantallas de cine en películas como Juno, Knocked Up, Baby Mama, Happy Endings, Waitress y Smart People.
También en las revistas del corazón: hemos visto cómo se le pagaba 6 millones de dólares a Jennifer López por las fotografías en exclusiva de sus gemelos; se espera que Angelina Jolie cobre 10 millones de dólares si acepta posar con los gemelos cuando nazcan.
De hecho, la obsesión es tal, que un editor dijo que «había llegado a un punto en el cual algunas celebridades podrían decidir tener más niños sólo para cobrar más dinero por sus fotografías.» Hemos visto a Christina Aguilera, Britney Spears, a la antigua niña prodigio Melissa Joan Hart y a Mylene Klass posar desnudas y embarazadas en los últimos años.
Keri Russell, que interpretó a una mujer embarazada en dos films el año pasado, ha declarado que hay «una especie de moda pasajera, que es una locura en la cultura pop, con todas estas actrices quedándose embarazadas. ¿Alguien había visto alguna vez tantas fotografías de actrices [embarazadas]?
Desde luego que no. El mensaje que hay detrás de todo ello -estas imágenes dan en el blanco- es que el valor de las mujeres está directamente ligado a la maternidad, las imágenes constantes de mujeres felices con hijos son una canto de sirena para que las mujeres vuelvan al hogar, y aún así vemos cómo se culpa cada vez más y más a las madres. Las mujeres cuyos hijos son asesinados o secuestrados son culpadas en creciente número por no haber atendido a su prole como debían, por no haberlos vigilado constantemente; quienes trabajan con víctimas de abuso infantil dicen que también esto es cierto en aquellos casos, y que a menudo se culpa más a la madre de un niño del que se ha abusado que a quienquiera que haya abusado de él.
Y a un nivel más cotidiano, hoy resulta imposible para una mujer vivir de acuerdo con los estándares sociales de maternidad. Las madres que salen del hogar para trabajar son contempladas como negligentes y las que permanecen en el hogar son vistas como zopencas. A las madres de hoy se las define regularmente como autoritarias cuando no se las vilipendia por ser demasiado laxas en la educación de sus hijos.
Otra de las tendencias de la prensa del corazón es retratar a las mujeres como "locas". En los últimos años hemos visto unos medios de comunicación de masas obsesionados con mujeres consideradas fuera de control: Britney Spears, Amy Winehouse, Lindsay Lohan y, en menor grado, Paris Hilton. Resulta difícil eludir la sensación de que lo que la gente realmente quiere ver es cómo las historias de estas mujeres finalizan como una de sus predecesoras, la ex modelo de Playboy Anna Nicole Smith, que murió de una sobredosis el año pasado.
Por supuesto, en algún punto de todo esto hubo un enorme interés por el comportamiento de Pete Doherty, pero hay que notar que se dio cuando salía con Kate Moss, y sus transgresiones en consecuencia se reflejaban en ella. Cuando se separaron, el interés se desvaneció rápidamente. >
Estas tendencias de la cultura pop han estado en el aire durante unos años, pero un viejo asunto que se ha renovado recientemente ha sido el /backlash/ contra el derecho al aborto. Este tema saltó de repente a finales de primavera, cuando supe que una parlamentaria conservadora, Nadine Dorries, estaba haciendo campaña para limitar el aborto de 24 semanas a 20, pero hasta que hace unos días la Cámara de los Comunes votó esta cuestión, no tenía ni idea de que se habían presentado enmiendas para limitarlo a 22, 18, 16, 14 y hasta 12 semanas. Aunque el resultado de aquella votación fue el de mantener el límite de tiempo > actual, sólo fue así porque el Partido Laborista tiene mayoría en la Cámara de los Comunes. Dieciocho oscuros secretarios de estado votaron para reducirlo a 22 semanas; David Cameron [líder del Partido Conservador] votó por hacerlo a 20 semanas.
Una encuesta entre > parlamentarios conservadores arrojó que sólo un 9% votaría en favor de mantener el actual límite de tiempo, mientras que un 86% quería un límite inferior.
Con resultados como éstos, parece que no hay duda de que será muy difícil mantener el actual derecho al aborto si los conservadores llegan al poder, algo que muchos consideran ahora como inevitable. Y esto es especialmente cierto teniendo en cuenta que un análisis de los candidatos al parlamento muestra que hay un porcentaje terriblemente bajo de mujeres del partido en el gobierno -a duras penas alcanzan el 20% de los parlamentarios-, lo que muy bien podría dar a los Tories una victoria en las próximas elecciones, y en tal caso el porcentaje desde luego no subiría.
«Mi mayor preocupación», dice Rake, «es asegurarnos de que creamos un debate feminista que nos sostenga, sean cuáles sean las medidas que tome el gobierno tory que vamos a tener.» Y hay muchísimos otros signos de que vamos a necesitar un debate como ése: este backlash está estrechamente ligado al actual desplazamiento derechista en la política. Desde que ocupó su cargo como alcalde de Londres, por ejemplo, una de las primeras medidas de Boris Johnson ha sido suprimir la figura del consejero de la mujer; una fuente anónima de la alcaldía citada por el /Evening Standard/ aseguraba que a Johnson el cargo le parecía «un retroceso al Greater London Council de los ochenta.»
Afortunadamente, también hay signos de que el debate feminista está creciendo, es más, muchas de las personas con las que he hablado creen que es precisamente por eso por lo que el /backlash/ es tan fuerte en este momento. Antes de que la votación por el límite para el aborto tuviera lugar en la Cámara de los Comunes, por ejemplo, un grupo de mujeres se reunió en las afueras del parlamento y protestó ruidosamente contra el potencial asalto a nuestros derechos. Rake dice que la afiliación a la Fawcett Society ha repuntado recientemente, porque «a medida que el espacio progresivo se estrecha a nivel nacional, se va abriendo en otros lugares... Creo que hay un sentimiento de malestar general hacia la cultura. Cuando hicimos campaña contra el asunto de los /lapdancing clubs/ mucha gente se acercaba para decirnos: "Gracias a Dios alguien está haciendo al final algo al respecto del hecho de que > tenga que pasar por delante de uno cada noche antes de volver a mi casa." Creo que hay una preocupación general por el retroceso en muchas cuestiones culturales, y también inquietud porque, aunque en otros aspectos estemos yendo vagamente en la dirección adecuada, el progreso es increíblemente lento. Todo ello nos ha llevado un tipo de militancia que está resurgiendo en estos momentos, en todo tipo de lugares y de lucha
Señala la recuperación de las marchas Reclaim the Night [Reclamad las noches] y la reciente Marcha del Millón de Mujeres. «Pienso que existe la sensación de que la gente está empezando a moverse, porque también >llos están empezando a darse cuenta de que muchos de los derechos que damos rarantizados puede que no lo estén. Creo que el activismo y el reconocimien s motivo de optimismo.»
La profesora Liz Kelly, presidenta de la campaña para el fin de la violencia contra las mujeres está de acuerdo en que vivimos una época de resistencia, pero también ve el lado positivo de la situación: «Creo que hay señales de que existe la sensación de que la organización del movimiento feminista es levemente más fuerte y presente hoy de lo que lo era hace diez años. La ironía, por supuesto, es que sólo se puede tener una resistencia si hay algo contra lo que resistir.»
Una amiga mía, activista feminista desde hace mucho tiempo, me ha hecho notar «que siempre ha existido un /backlash/, desde el día uno de la existencia de la mujer en la civilización, mucho más allá de lo que está documentado. El concepto de /backlash/ está siempre vivo, se trata tan sólo de que en ocasiones creemos que realmente nos estamos hundiendo en un pozo negro. Lo que yo diría, en cambio, es que -y esto vale para todo tipo de movimientos- no creo que se hagan nunca dos pasos atrás. Creo que sólo hacemos pasos hacia delante, pero que éstos pueden ser cortos y dificultosos, como si anduviéramos por la arena, o que a veces se puede tomar un ligero /sprint/, acelerar y pensar, "es fantástico, hemos ganado una pequeña batalla."»
«Lo que un /backlash/ hace es restringir nuestra capacidad de acción, pero nunca que hagamos dos pasos atrás, y por eso pienso que podemos conseguir que los conservadores -con minúscula [por distinción con los > miembros del Partido Conservador;T.]- los derechistas y los defensores del modelo tradicional de familia se vuelvan locos, porque ¿qué más da con qué nos ataquen? ¿Qué creen que vamos a hacer? ¿Volver a donde estábamos? ¿Regresar a la cocina y hacerles un bocadillo como si nada? Puede que ahora estemos andando sobre arena», dice, «pero lo cierto es que nunca ganarán.»
Traducció per a www.sinpermiso.info d'Àngel Ferrero